Gustavo Azócar Alcalá

Andrés Eloy León Rojas (*) (Titulado en Diario La Nación, Opinión 30-08-2009, como: "Coloquio por la libertad")

Sus alumnos me invitaron al aula universitaria en la que Gustavo Azócar Alcalá suele impartirles su lección. Me expusieron sus razones como futuros periodistas para dudar del estado derecho, la justicia y la probidad procesal. Indicaron que parecía desproporcionada la medida de privación de libertad cuando el juicio estaba en la fase final y que su profesor había cumplido de manera puntual, pacífica y resignada con las medidas cautelares en el largo e histórico juicio.

Acorde a los supremos valores de la libertad de expresión que inspiran la democracia, surgió entre nosotros un coloquio de discípulos y maestro: Una de ellas me dijo: “Que no acontezca con Gustavo Azocar lo de la condenatoria a muerte de Sócrates, doscientos años a.C. Lo condenaron a beber cicuta, veneno letal que paraliza lentamente el cuerpo desde los pies hasta el cerebro. Fue después de envenenarlo que los jueces le dieron la palabra para defenderse. Sócrates fue demostrando lenta y serenamente su inocencia pero ya era tarde, el veneno le llegó al corazón, pero su cerebro aún le permitía hablar de su inocencia. El mundo entero sabe quién fue Sócrates, pero no sabe ni siquiera el nombre de uno de esos jueces”.

Le respondí, de continuo, con la frase de Blas Pascal: “No hace falta que el universo entero se arme para aplastar un hombre, el hombre será más noble que lo que lo mata”.

Acorde a la interpretación más actualizada de los derechos humanos, de conformidad con lo que prevé el Art. 19 de la Constitución, el goce de aquéllos es irrenunciable, indivisible e interdependiente, por lo que la libertad no se concibe aislada de la vida, el respeto a la personalidad, a la libertad de expresión.

No recuerdo al detalle el rostro de tantos, pero quedó en mi memoria la imagen de una juventud honesta, idealista y valiente. Una de ellas dijo: “No es concebible que en este siglo XXI del conocimiento, tengamos escenas como las del juicio al Nazareno, Copérnico, Galileo, inocentes condenados sin piedad. La presunción de inocencia en el caso del profesor Azocar tendrá que ser desvirtuada mediante pruebas contundentes que indiquen sin duda alguna su culpabilidad, mientras tanto nos indigna que se le trate como un vulgar y peligroso delincuente, si se toma en cuenta que es un hombre público cuya vida como educador, periodista, funcionario público y político no ha estado a la sombra sino a la vista de todo el mundo, sin antecedente penal alguno ni signos externos de enriquecimiento”.

Ya era tarde, el sol se ocultó. El coloquio llegó a su final. Pero, de entre la abigarrada multitud, surgió una débil voz, pero que fue la más fuerte y contundente, para preguntar: “profesor ¿qué son los escabinos?” Contesté: “son las personas seleccionadas al azar quienes constituyen el jurado que decide la inocencia o culpabilidad de un indiciado”. De su recta conciencia y de la voluntad de Dios depende el veredicto final -agregué.

Les dije, asistido por mi recta moral imbatible: “vistas las cosas así, confío en la justicia humana”.

(*) Profesor de Doctorado en Derecho Constitucional

leonandres57@hotmail.com